lunes, 12 de noviembre de 2012

Revolución del Río de la Plata


El siguiente material abarca todo el proceso revolucionario que venimos trabajando desde el primer encuentro. Por tanto les será útil para continuar profundizando sobre todos los temas dados.


A. LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS (1808-1824)

Introducción

Entre 1810 y 1824, las colonias españolas en América lucharon y obtuvieron su independencia política. Hasta entonces sólo una colonia europea había logrado su independencia, los Estados Uni­dos. Después de 1824, casi todo el continente estaba integrado por países independientes. Tales cam­bios fueron suficientes para que los historiadores los califiquen de "revolucionarios”.
Pero, ¿qué fue lo que provocó que, después de cuatro siglos de ser dominados, los pobladores de América quisieran decidir su propia forma de gobierno? ¿Quiénes participaron de las revoluciones? ¿Blancos e indígenas por igual? Al ser movimientos simultáneos, ¿se pusieron de acuerdo entre una y otra región?, ¿se ayudaron?.
Las respuestas las debemos buscar primero en los antecedentes. Y, aunque trataremos de desta­car los aspectos comunes, debemos tener claro que cada región aportó sus diferencias en la manera de luchar, en los objetivos y en la organización posterior.


Antecedentes

Una de las razones más profundas de la independencia tiene que ver con los aspectos sociales. Recordarás que la sociedad hispanoamericana estaba organizada jerárquicamente en base al origen étnico. Los grupos subordinados y sometidos eran los indígenas, mestizos y negros. Después de cua­tro siglos de dominación española, a comienzos del siglo XIX, lo seguían siendo. La proporción de cada grupo era diferente según las regiones. Los grupos indígenas más numerosos y que conserva­ban su cultura se ubicaban en la zona andina y en México. La presencia de esclavos africanos era importante en Venezuela, generando una sociedad con grandes diferencias sociales. En cambio, en el Río de la Plata, no había tanta diferencia entre "blancos" y "no blancos".
Como grupos sociales que ocupaban los puestos de gobierno, administración y económicos se destacaban los "blancos" Entre ellos, la diferencia más marcada, también establecida desde la con­quista, era entre peninsulares y criollos. El siglo XVIII, con las reformas borbónicas, permitió aumentar entre los criollos la conciencia de ser "americanos." […]
Durante el siglo XVIII hubo en varios lugares de América española movimientos insurreccionales en contra de las autoridades españolas. El más importante fue la rebelión indígena de Tupac Amaru, descendiente por línea materna del último Inca. Fue, al mismo tiempo, una protesta contra las refor­mas que aumentaban los impuestos y un conflicto étnico. Reclamó por las duras condiciones en que vivían y trabajaban los indígenas en el Virreinato del Perú, en la mita y los obrajes textiles. En 1780 su rebelión se extendió por toda la región del Cusco, hasta el norte argentino. Tupac Amaru reunió un gran ejército con el que combatió a las autoridades españolas, pero no logró atraer a todos los indíge­nas y a criollos y mestizos. Finalmente fue traicionado, apresado, juzgado y sometido a tortura y muerte.
Los historiadores discuten si éste puede ser tomado como un antecedente del movimiento revo­lucionario de independencia. De cualquier manera, Tupac Amaru, además de querer subvertir la auto­ridad española y sustituirla por autoridades indígenas consideradas legítimas, buscaba también rei­vindicaciones de carácter social para los indígenas. En los posteriores movimientos de independen­cia en la región andina, veremos que la participación indígena fue, por lo general, muy escasa.
Otros antecedentes tienen que ver con la influencia de las Nuevas Ideas del siglo XVIII y de su aplicación en la Revolución de Independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa. En este sentido, se destacaron algunos pensadores considerados precursores. Por ejemplo, en Bogotá, Anto­nio Nariño tradujo, imprimió y difundió entre sus amigos la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
Las ideas de la Revolución Francesa repercutieron fuertemente en Haití, independizada de Francia en 1804. De allí se difundieron a Caracas y tuvieron mucha influencia en los movimientos abolicionis­tas de los esclavos. Mayor importancia tuvieron las ideas y el ejemplo de los norteamericanos: inde­pendencia, constitución, gobierno republicano, federalismo...
Hubo aspectos exteriores, por ejemplo, la influencia de Gran Bretaña, que presionaba para que realmente existiera un comercio libre. Las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807 preten­dían abrir mercados. Aunque leales a las autoridades españolas, la defensa organizada entonces por los vecinos de Buenos Aires y de Montevideo demostró el poderío que estaban adquiriendo los crio­llos. Se organizaron milicias criollas que desde 1810 participarán en la revolución.


El Movimiento Juntista de 1808

Las causas inmediatas tienen una fuerte vinculación con sucesos europeos, concretamente las guerras napoleónicas. Durante ese período, el Antiguo Régimen entró en crisis; en el caso de América, la crisis en España fue determinante.
La invasión napoleónica a España provocó un profundo rechazo de los españoles. La presencia de las tropas francesas ocasionó tumultos y levantamientos que comenzaron en Madrid el 1 de mayo de 1808 y se extendieron rápidamente por toda España. La forma de enfrentarse a las tropas francesas fue a través de una guerra de guerrillas, tratando de desgastar los ejércitos enemigos que les sobre­pasaban en hombres y armas.
Igualmente rechazaron la abdicación de su rey, Fernando VII y la coronación del hermano de Bonaparte, José. Para los españoles, el único rey era Fernando VIl y como él no podía gobernar porque se encontraba prisionero de Napoleón en el sur de Francia, sus leales súbditos decidieron formar Juntas para encargarse del gobierno mientras durara la ausencia del Rey. Este movimiento espontá­neo, al comienzo, fue organizándose posteriormente. Las juntas regionales fueron sustituidas en se­tiembre por una Junta central, con sede en Sevilla.
Los españoles no consideraban válida la coronación de José I, ni la abdicación de Fernando VIl (quien había recibido la corona de su padre, Carlos IV). Sostenían que, en este caso, el poder volvía al pueblo para que lo ejerciera a través de Juntas de gobierno, hasta el regreso de Fernando, a quien llamaban “El Deseado”.
En América, la noticia de los sucesos españoles provocó una profunda conmoción. Aunque nadie tenía una idea muy clara de qué estaba pasando —piensa en la demora de las comunicaciones—, las noticias eran inquietantes. Salieron a relucir rivalidades regionales o entre sectores sociales.
A la confusión, se agregó la acción de la diplomacia portuguesa. El rey de Portugal, Juan VI, su esposa Carlota Joaquina y su corte se habían trasladado a Río de Janeiro a raíz de la invasión napoleónica. Desde allí, buscaron influir en los sucesos americanos, a través de Carlota Joaquina, her­mana de Fernando VIl.
También llegaban a las ciudades americanas enviados de las Juntas españolas, para que se forma­ran otras de carácter similar. En algunas ciudades se formaron Juntas, con la común característica de resaltar su fidelidad a la Corona y a España. Estas juntas, en México, Bogotá, Montevideo, Chuquisaca, La Paz o Quito, fueron por lo general presididas por las propias autoridades españolas locales.
En Montevideo se formó una Junta —el 21 de setiembre de 1808— como resultado de un conjunto de problemas locales, por ejemplo, la rivalidad con Buenos Aires. Fue el primer intento de un gobier­no por parte de los montevideanos, tanto españoles como criollos. Consideraron nula la destitución de Elío —gobernador de la ciudad— ordenada por el virrey Liniers (desde Buenos Aires y de origen francés). La Junta nombró al propio Elío presidente de la misma. La junta montevideana prolongó su existencia por varios meses, hasta que la Junta de Sevilla ordenó su disolución, poniendo fin a la primera experiencia de gobierno autónomo de Montevideo.


El Movimiento Juntista de 1810

Los confusos sucesos españoles generaron, en 1810, un nuevo movimiento juntista en América. En España la resistencia contra los franceses era menor y se había instalado un Consejo de Regencia en lugar de la Junta de Sevilla. La legalidad del Consejo de Regencia sería cuestionada. Estos graves sucesos agudizaron en América los conflictos entre criollos y autoridades españolas. Se formaron nuevas Juntas de gobierno en Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, México, Bogotá, y no busca­ban, como en 1808 apoyar a las autoridades españolas, sino por el contrario, destituirlas.
En estas Juntas, la organización estuvo mayoritariamente en manos de los criollos, que encontra­ron así la oportunidad de autogobernarse. En algunos casos, destituyeron a las autoridades españo­las, en otros, las integraron a las Juntas. Desde esas nuevas autoridades, los criollos empezaron a in­fluir en aspectos económicos, comerciando libremente con los ingleses. Las Juntas declararon su fi­delidad a la Corona española pero, a los pocos meses, se transformaron en independentistas.


La lucha por la Independencia

A poco de instalarse las Juntas, en 1810, comenzaron las luchas contra los partidarios del régimen español, trayendo como consecuencia la radicalización de las posiciones. En 1811 se proclamó la independencia en Venezuela, seguida de actos similares en otros puntos de América.
Aquí es necesario aclarar si podemos definir estos movimientos como revolucionarios. Hay auto­res que prefieren hablar de guerras civiles: en ambos bandos encontramos a españoles y a criollos; contra ambos bandos están los indígenas o se mantienen al margen.
Los historiadores reconocen dos etapas. La primera de 1810 a 1814, en que la mayoría de los mo­vimientos, salvo el de Buenos Aires, fracasó. La segunda etapa, de 1816 a 1824, fue más radical y obtuvo resultados definitivos. La separación entre una y otra estuvo marcada por el regreso de Fernando VIl y el consiguiente absolutismo al trono español, después de la derrota napoleónica.
Estudiaremos las características más destacadas de las revoluciones hispanoamericanas y, más adelante, el proceso particular del Río de la Plata y la Banda Oriental.


Primera etapa: de 1810 a 1814

Como ya señalamos, las juntas se habían instalado en ciudades, muchas de ellas sedes de virreinatos, capitanías o gobernaciones, donde residían los criollos más ricos y cultos. En aquellos lugares en que las autoridades españolas estaban más consolidadas, no hubo formación de juntas. El caso más im­portante fue el de Lima.
La participación de indígenas fue casi nula. En e! Perú y el Alto Perú, los indígenas se mostraron indiferentes, a uno y otro bando. La excepción fue México, donde el alzamiento encabezado por el cura Miguel Hidalgo aglutinó a indígenas y mestizos, mayoritariamente campesinos pobres. Invocan­do a la Virgen de Guadalupe, planteaba reivindicaciones sociales, devolución de tierras a las comuni­dades indígenas, abolición del tributo y de la esclavitud. No consiguió el apoyo de los criollos. Final­mente, las fuerzas realistas lo derrotaron y ejecutaron en 1811. En 1813, el liderazgo fue retornado por otro sacerdote, José María Morelos. Pretendió encabezar un movimiento social y nacionalista, además de declarar la independencia de España y convocar a un Congreso. Tampoco logró el apoyo de los criollos más ricos. La derrota en 1815 supuso también la muerte de sus dirigentes.
En Venezuela, los negros y pardos hicieron su propia revolución, bajo influencia haitiana, exigien­do la abolición de la esclavitud que los criollos de clase alta negaban.
En muchas regiones americanas, además de buscar el autogobierno —aunque fuera en nombre del rey Fernando— inmediatamente surgieron sentimientos locales. Fue el caso de Chile, en contra de Perú y de Buenos Aires; Paraguay que se sentía dominado por los porteños; y de otras regiones como Alto Perú o Quito.
Las guerras de independencia en general no fueron exitosas para los revolucionarios. Las autori­dades españolas reaccionaron vigorosamente apoyadas por el Virrey de Perú, principal foco contrarrevolucionario en América del Sur. La falta de armas y de preparación de los soldados fue evidente, pese a la ayuda comercial y financiera de Inglaterra.
En 1815, todos los movimientos habían sido derrotados por los españoles, con la excepción del de Buenos Aires, aunque estaba fuertemente acosado por los enemigos […]. Para ese entonces, Fernando VIl, restituido en su trono, amenazaba con emprender una expedición de reconquista de sus antiguas colonias americanas.


Segunda etapa: de 1816 a 1824

El restablecimiento del régimen español supuso exigencias económicas. Como consecuencia, las posiciones se radicalizaron. Algunos criollos que se mantenían fieles al poder español o indiferentes, se volvieron decididamente en su contra.
A partir de 1816 se produjo un recrudecimiento de la guerra. Los revolucionarios contaban con apoyo de grupos rurales, por ejemplo en Venezuela, para enfrentar a las tropas españolas minoritarias.
En México, la revolución se retornó con diferentes características de la primera etapa. La conduc­ción y los intereses se centraron en los criollos más ricos; los indígenas fueron dejados de lado. […]
Todas las revoluciones fueron simultáneas en el tiempo. En esta etapa la coordinación entre fuer­zas revolucionarias fue mayor, aunque siempre excepcional. Entre 1816 y 1820, las fuerzas al mando de Simón Bolívar derrotaron a los españoles en el antiguo virreinato de Nueva Granada. Sin embargo, el Perú seguía siendo el principal centro españolista de América y era una permanente amenaza para Buenos Aires y Chile. Ya en 1817, el gobernador de Cuyo, José de San Martín había invadido Chile para apoyar las fuerzas independentistas, y desde allí atacó Pisco en 1820. Por su parte, Bolívar atacaba desde el norte, por el actual territorio de Ecuador, iniciando así la campaña final contra el virreinato del Perú.
Después de una misteriosa entrevista entre ambos caudillos, en la ciudad de Guayaquil, Bolívar continuó sólo la lucha contra los españoles en Perú, hasta que en 1824 el último ejército españolista fue derrotado en Ayacucho. Para ese entonces, sólo permanecía bajo el dominio español la antigua Capitanía General de Cuba, donde no había habido revolución. Cuba y Puerto Rico siguieron bajo dominio español hasta 1898.
Al mismo tiempo que luchaban contra las fuerzas españolistas, las discrepancias internas se fue­ron agudizando. Surgieron diferencias entre conservadores y liberales y también entre federales y centralistas. La diferencia entre conservadores y liberales respondía más a la influencia de caudillos, que a sus ideas. En aquellos territorios donde había una ciudad importante, sus dirigentes tendieron a proponer la instalación de un sistema político en el cual la capital concentrara todo el poder y las rentas, controlando todo el territorio. Este tipo de organización fue llamada centralista o unitaria. En cambio, los pobladores rurales preferían un tipo de organización en el que pudieran hacer sentir su poder local y que se los consultara en las decisiones que los afectaban directamente. Es el caso de una organización federal. Los enfrentamientos entre federales y centralistas se produjeron en Nueva Gra­nada, en Chile y, como estudiaremos en particular, en el Río de la Plata.


Consecuencias de las revoluciones

Una etapa se cerró en 1824. […]
Las consecuencias más destacadas fueron la organización de gobiernos independientes, con Cons­tituciones, separación de poderes, sufragio restringido y libertades políticas. No era poco. En Europa, en el mismo período se estaba volviendo a regímenes absolutistas.
Las largas guerras de independencia dejaron territorios devastados y producciones estancadas. Los nuevos Estados comenzaron su vida independiente ya endeudados. Durante las guerras y des­pués de ellas se practicó el libre comercio entre regiones y, más que nada, con Gran Bretaña.
El nuevo orden jurídico significó igualdad ante la ley y abolición de impuestos diferenciados. Pero, en la práctica, la condición social de indígenas y negros no varió. Los indígenas no recibieron tierras, a pesar de algunos intentos, por ejemplo el de Bolívar en la zona andina.
A pesar de ello, las guerras permitieron algunos cambios sociales. Se produjo el ascenso social de criollos y también de mestizos. Muchos esclavos obtuvieron su libertad a cambio de participar en las contiendas y la esclavitud comenzó un proceso paulatino de abolición. Las tierras cambiaron de due­ños ya que muchos españoles se arruinaron o abandonaron América. Los beneficiados fueron los dirigentes de las revoluciones y, en menor grado, los soldados.
En cierta forma, las consecuencias de la lucha por la independencia marcaron el primer siglo de vida independiente de los estados hispanoamericanos.

SALA DE HISTORIA DEL COLEGIO SEMINARIO: “Pensar la Historia. Historia 2do. Año C.B.”,
Colegio Seminario, Montevideo, s/f, pp. 312-316.

B. CRÓNICA SOBRE LA TRAYECTORIA DEL ARTIGUISMO


1810: Los frentes de la revolución en el Río de la Plata

1810 marca la iniciación de la guerra de emancipación política de las colonias de la América colonial hispánica. Aunque Buenos Aires se convierte en foco primordial de ese movimiento, ello no aparejó el alzamiento simultáneo de las poblaciones del Virreinato del Río de la Plata. Para consolidar su triunfo, la revolución debe tratar de imponerse militarmente en la región y controlar las fron­teras del Altiplano y los ríos del litoral, ya que Lima y Montevi­deo conformarán dos baluartes opuestos a las nuevas ideas y a los nuevos grupos de poder, defendiendo empecinadamente los derechos de la Corona representados por el Consejo de la Regen­cia de España e Indias, refugiado en Cádiz en una Península do­minada por ejércitos napoleónicos.
Posiciones irreductibles abrevian el camino hacia la lucha arma­da que se extiende a buena parte del Continente. La Junta de Buenos Aires despacha expediciones a Córdoba y al Paraguay. Un tercer frente se alineaba ante el gobierno de Buenos Aires: Montevideo, plaza militar y Apostadero naval del Atlántico Sur, clave y arranque de la ruta atlántica hasta los mercados ingleses, vitales para el co­mercio exportador de los cueros de la región. La flotilla naval con­troló los ríos y aisló de hecho los campos de la Banda Oriental. Con la escuadra Montevideo se aseguraba el control de la Banda Orien­tal, pero reclamaba a la Regencia refuerzos: “Elío, dos mil hombres y fusiles”. Llegó Xavier Elío en febrero de 1811 con los títulos de Virrey y Capitán Gral. otorgados por la Regencia, pero sin soldados ni las armas para imponer su reconocimiento. Las imprudentes medidas fiscales del gobierno de Montevideo que procuraban re­cursos para subsistir y enfrentar la escisión rioplatense, precipita­ron el estallido revolucionario en la Banda Oriental.

La insurrección rural gana la Banda Oriental

El Reglamento de impuestos aprobado por la Junta de Comer­cio montevideana fue motivo de mayor malestar y a las medidas de carácter económico se sumó la leva impuestas por los coman­dantes militares a los “gauchos” tenidos por “vagos y malentretenidos”. Todos los sectores sociales de la Banda Orien­tal se sintieron acosados por las autoridades regentistas de Mon­tevideo. La declaración de guerra formulada por el recién llegado virrey Elío, a la Junta de Buenos Aires, el 13 de enero de 1811, precipitó los hechos de modo irreversible. Las condiciones para la explosión revolucionaria estaban dadas; faltaba sólo el elemen­to catalizador: un grupo de “patriotas” dio el “Grito de Asencio”, y el Capitán de Blandengues, José Artigas —cuyo nombre figura­ba entre los indicados por el Plan de Mariano Moreno para “pre­cipitar la revolución en la otra Banda”—, abandonaba la guarnición de Colonia y ofrecía en Buenos Aires su servicios a la Junta.
En abril, de 1811, burlando el bloqueo, regresaba Artigas a la Banda Oriental y arengaba “a sus leales y esforzados compatrio­tas” incitándolos desde Mercedes a la rebelión. Quebrado el prin­cipio de autoridad afloraron con mayor vigor los problemas irresueltos. Grupos de hacendados adhirieron al movimiento en defensa de sus intereses lesionados por la drástica merma de ex­portación de cueros impuesta por el monopolio montevideano. El gaucho, el patrón, el esclavo alzado, que vivían permanente­mente perseguidos por las partidas, se plegaron a la revuelta, re­accionando contra los representantes del Rey. Rápidamente entre abril y el 18 de mayo, las “fuerzas insurgentes” ya en las puertas de Montevideo, reforzados con doscientos veteranos del ejército de Belgrano —que se había tenido que retirar del Paraguay— y “con mil compatriotas armados, la mayoría con cuchillos enastados” vencían en los campos de Las Piedras a las tropas salidas de Montevideo y la plaza fuerte quedaba sitiada. En menos de tres meses la Banda Oriental había sido conquistada para la Revolución. El Virrey Elío tuvo que convencerse de que no eran “cuatro gauchos alzados” y que necesitaba un ejército bien pertrechado para de­rrotarlos, comenzó los contactos con la corte portuguesa en Río de Janeiro, Buenos Aires no podría mantener abiertos dos frentes en Alto Perú y la Banda Oriental, sobre todo después del desastre de Castelli en Huaquí. Agosto, setiembre y octubre de 1811 fue­ron meses de inmenso trajín diplomático mientras avanzaba por el litoral atlántico el “ejercito pacificador” portugués con Diego de Souza para apoyar al gobierno colonial de Montevideo. Bue­nos Aires veía tambalear su Revolución iniciada en mayo de 1810, y el 7 de octubre de 1811 firmaba un acuerdo preliminar de Paz con Montevideo, entregándole la Banda Oriental.
De una plumada quedaban anulados los esfuerzos de nueve meses de lucha. La conmoción fue grande entre el vecindario orien­tal, traicionado —en su sentir— por los dirigentes de la revolución, que no vacilaban en sacrificar su territorio, respondiendo a impera­tivos de estrategia militar. El vecindario no aceptó el levantamiento del sitio y se reunió en Asamblea, donde proclamó a José Artigas “su General en Jefe”. [...] El ascendiente ganado en tres largos lustros como Blandengue de la Frontera, cuando alternó con la gente de buen y mal vivir, y el prestigio derivado de su condición de jefe militar de Las Piedras, le otorgaban ahora a José Artigas la máxima autoridad entre los suyos, autoridad que sólo declinaría ante la propia asamblea de los orientales, en el Congreso de abril de 1813, cuando el pueblo oriental hizo uso de su soberanía “por se­gunda vez”, y lo confirmó en su jefatura.

El “Éxodo” y ”la soberanía particular de los pueblos”

El mapa político de la cuenca del Plata, ratificado el Tratado del 20 de diciembre de 1811, recuperaba la fisonomía de 1810. Pero la Banda Oriental no era ya la gran estancia del Río de la Plata que abastecía con millares de cueros las bodegas de los ve­leros anclados en la bahía montevideana. Asolada la campaña, y la ciudad también, se alejaría ahora hasta la población. Artigas y su ejército de gauchos, acatando las resoluciones pactadas pon Buenos Aires y el gobierno de Montevideo, iniciaron su retirada. Tras las milicias orientales, se marchó el pueblo. Ochocientos cin­cuenta familias registra el padrón del “Éxodo” de 1811, y consta que muchas no fueron censadas; abandonaron casas, ranchos, campos, intereses, recorriendo en duras jornadas el largo camino hacia el Ayuí del otro lado del río Uruguay.
La Banda Oriental [...] se convirtió así en despoblado, poco menos que en tierra arrasada
[...]
Cuando la diplomacia porteña le impone esa derrota, el cau­dillo comienza a madurar su programa político, que va mucho más allá de la consolidación económica de la Banda Oriental: pri­mero concibe el esquema general de la organización constitucio­nal de las provincias agrupadas hasta entonces en el Virreinato colonial del Río de la Plata. Luego planifica los reajustas esencia­les que requiere la sociedad colonial para adecuarse a las trans­formaciones institucionales proyectadas. En una excelente exé­gesis Petit Muñoz ha dejado  planteado el esquema de las sucesi­vas etapas que definen la formación de la doctrina federal artiguista. [Texto E, en este mismo material]
[...]
El Triunvirato instalado en Buenos Aires para comandar la Revolución, y sobre todo uno de sus miembros, Manuel de Sarratea —que había convivido con Artigas como comandante de las fuerzas de Buenos Aires en la Banda Oriental—, busca anular el poder ascendente de Artigas en la región rioplatense.
Los 6.000 gauchos orientales con que llegó Artigas al Ayuí vie­ron incrementar su número con la adhesión de los “paisanos” entrerrianos y correntinos y de los contingentes indígenas misio­neros incorporados a los grupos de charrúas y minuanes que pre­cedían siempre las marchas del ejército artiguista. Sarratea trata de desarticular el poder de Artigas ordenando que estos hombres integren divisiones separadas, al organizar el Ejército de Opera­ciones. La respuesta del Jefe Oriental es la renuncia al cargo mili­tar que le había concedido la Junta de Buenos Aires y una enérgi­ca protesta ante el Triunvirato. [...]

La definición del programa federal de 1813
[...]
En el año 1813 distintas motivaciones favorecieron la defini­ción del programa político del federalismo. Artigas, partiendo de los apremios de la realidad inmediata, esboza un proyecto de con­tenido doctrinario destinado a servir de base al gobierno general de los pueblos del Río de la Plata, cuya organización debía dirimirse en la Asamblea General Constituyente convocada por Buenos Aires, por primera vez con delegados de las provincias.
Artigas no escribe un plan de gobierno ni redacta una Consti­tución. Sobre la marcha va esbozando conceptos, planeando exi­gencias, formando opinión entre sus conciudadanos. Entre un múltiple conjunto de documentos muy importantes se destacan dos piezas que podrían considerarse capitales en la conceptuación política del artiguismo: 1) el discurso pronunciado al inaugurar el Congreso que por su decisión se reúne en Tres Cruces, en el cuar­tel general del campo sitiador frente a Montevideo, con la finali­dad de elegir a los delegados que debían representar a la Banda Oriental en la Asamblea de Buenos Aires (5 de abril de 1813); 2) las instrucciones redactadas para esos mismos diputados.
Apelando a la consulta popular se invita a los cabildos de ciu­dades y villas de la Banda Oriental para que comisionen sus dele­gados a fin de discutir los problemas básicos de la organización nacional y provincial del que fuera el Virreinato del Río de la Pla­ta. Es decir, inspirado en el profundo respeto legado por la tradi­ción comunal española, Artigas recurre a los municipios montan­do un mecanismo de base popular que sustentará la formación de un congreso provincial.
El 5 de abril de 1813 se reúne aquel primer congreso de la Pro­vincia Oriental. Cumpliendo con preceptos de inspiración roussoniana, Artigas entiende que debe volver al pueblo la auto­ridad que le había conferido un año y medio antes cuando lo de­signara su General en Jefe. “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana” son sus propias pala­bras. Antes de retirarse del recinto para que los asambleístas deli­beren, define sus puntos de vista: que la Provincia Oriental reco­nozca a la Asamblea Constituyente no “por obedecimiento” sino por pacto”. Sólo el “freno de la Constitución” —que se demoraba después de transcurridos ya tres años de revolución— será “la sal­vaguarda del derecho popular” que garantice la vida misma de la Provincia. La dura experiencia que le tocó vivir al pueblo orien­tal en la retirada al Ayuí en 1811, obliga a que los delegados exijan con energía, sin que ello implique, aclara Artigas, “una separa­ción nacional”.
De la deliberación y de las instrucciones, puede decirse que surge “el programa escrito del federalismo artiguista”. En una segunda instancia, y mediante un pacto confederativo previo en­tre las provincias, se formularía la Constitución destinada a orga­nizar el estado federal respetando las unidades autónomas, así como garantizando las vinculaciones con el poder central.
[...]
El 1º de junio la Asamblea en sesión secreta, acuerda no acep­tar la incorporación de los diputados orientales, cuestionando la legalidad de sus poderes. [...]

Artigas se enfrenta con Buenos Aires: la Liga Federal
El enfrentamiento entre Artigas y Buenos Aires fue haciéndo­se más tenso. Si bien la acusación de “traidor a la patria” formu­lada por el Director Sarratea había sido pronto desvirtuada, la reacción antipopular de los grupos dominantes porteños a partir de 1814 ahondó las diferencias. La lucha no tardó en convertirse en guerra civil, Buenos Aires proclamaba cada vez más abierta­mente los principios sagrados del orden: “todo es mejor que la anarquía” era el lema porteño. [...]
La noche del 20 de enero de 1814, Artigas se retira del campo sitiador considerando que toda fórmula de acuerdo con los diri­gentes de Buenos Aires era a esta altura imposible. Buenos Aires, una vez más lo declara traidor a la patria, le retira sus empleos y ahora pone precio a su cabeza.
Artigas convencido de que sólo con las armas podrá imponer­se el federalismo, inicia una campana tendiente a aglutinar fuer­zas provinciales. Rechaza airadamente las propuestas del gober­nador español de Montevideo y las del virrey de Lima, encami­nadas a una coalición contra Buenos Aires. “Yo no soy vendible” contesta, agregando que “las desavenencias domésticas” no lo apartarán de su lucha contra “la ambición española, que esgrime un supuesto derecho sobre América”. Las Provincias del litoral, las Misiones y hasta el aislado Paraguay serán sus inmediatos puntos de mira.
[...] Los pronunciamientos de adhesión a la causa artiguista se suceden, y Buenos Aires envía sus contingentes armados, pero lejos de intimidar, las flotillas que operan a las órdenes de Quintana o del Barón de Holmberg provocan la sublevación de las milicias comandadas por el caudillo entrerriano Hereñú, y “los porteños” son derrotados en Espinillo (22 de febrero de 1814).
Al no poder imponerse, Buenos Aires intenta nuevas gestio­nes de pacificación. Artigas exige como condición el reconocimien­to de la soberanía de los pueblos entrerrianos que se han puesto bajo su “protectorado”. Buenos Aires nombra un nuevo goberna­dor en Entre Ríos para reprimir, pero aumenta el clima de agita­ción popular; el gobernador de Entre Ríos sostiene que sólo se reducirá a los entrerrianos a sangre y fuego, con fusilamientos y destierros. Los santafecinos alegan por su parte que “quieren te­ner el derecho de elegir a quien les mande”.
En los primeros meses de 1815 la bandera tricolor de los federa­les flamea entre Córdoba y Montevideo, de Paraná hasta Misiones.
El artiguismo llegaba a un efímero apogeo. El caudillo, el “Gene­ral de los orientales” se había convertido en el “Protector de los Pue­blos Libres” y una grave amenaza para la unitaria Buenos Aires.
[...]
[...] Para aunar opiniones entre las distintas Provincias de su Protectorado, Artigas convocó una reunión en Arroyo de la China (junio de 1815). El Congreso de Oriente cumplió sólo su primera finalidad —la de entablar el diálogo interprovincial— pero no resultó eficaz en la consecución de otros propósitos. La caída de Alvear no contuvo tampoco la guerra civil del litoral.

Artigas organizador: el gobierno de la Provincia Oriental
En 1815, cuando las tropas “porteñas” de Carlos de Alvear abandonan la plaza de Montevideo, la Banda Oriental se unifica por primera vez bajo un gobierno revolucionario. Pero su vasto territorio no es entonces más que un “yermo despoblado” come resultado de la guerra.
Una vez instalados los hombres de Artigas en Montevideo, comenzó de inmediato a planificar la reconstrucción de la asola­da Provincia Oriental.
[...]
La guerra de la independencia aún no había concluido y Artigas no olvida atender la situación de la población española remanen­te en su territorio. Ordena así que salgan de Montevideo y extra­muros todos aquellos “que por su influjo y poder conservan cier­to predominio en el pueblo” y los recluye en la capital política de su Protectorado, en el pequeño villorio de Purificación, junto al río Uruguay, donde ha establecido su cuartel general. [...]
Interesarle en regularizar las comunicaciones fluviales y marítimas —vitales para la economía— sanciona severas prohibiciones a fin de impedir que ningún cargamento de ultramar llegue a Buenos Aires, cuyo bloqueo comercial constituye un arma pri­mordial de lucha.
Desde el abasto de la población, tendiente a una función vital de la vida ciudadana, hasta la alfabetización, nada escapa a sus disposiciones. La salvaguarda de los “derechos individuales” es reclamada a menudo por el caudillo a sus lugartenientes y demás autoridades provinciales para estabilizar el orden en la paz, “para que renazca la confianza” —dice— en una sociedad fuertemente conmovida por la anarquía, derivada de una guerra en la que estuvo comprometida la población toda.
La movilización de las fuentes productivas que sustentaban la economía provincial configura, sin embargo, el objeto primordial de la gestión gubernativa del Jefe de los Orientales. Y aquí surgie­ron las primeras importantes dificultades internas, que asoma­ron cuando se intentó atender las más apremiantes urgencias fi­nancieras y fue preciso determinar dónde y a quienes se impon­drían los necesarios tributos. La sola palabra “contribución” de­cía Artigas “me hace temblar”. Se mantuvo el sistema impositivo colonial, pero de todos modos su aplicación provocó asperezas y enfrentamientos de intereses que tuvieron amplia resonancia en el Cabildo de Montevideo.

Artigas reformador de estructuras: el Reglamento de 1815
En los planes de Artigas, la reconstrucción de la economía ru­ral es punto de partida. No se trata tan sólo de traer pobladores y restaurar las haciendas, sino de hacer efectivas las condiciones sociales necesarias para lograrlo.
Es en esta ingente tarea de reajuste económico y social donde el caudillo alcanza su máxima expresión como revolucionario. Su conocimiento del medio y sus sentimientos identificados con la causa de los pueblos lo convirtieron en un planificador para re­formar estructuras, procurando encauzar los principios de la revo­lución americana hacia la conformación de una sociedad más justa.
[...]
Ante el recién instalado Cabildo de Montevideo (febrero de 1815), comenzaron a sustanciarse los primeros reclamos de cam­pos y ganados, los litigios por desalojos, devoluciones, reivindi­caciones de derechos, denuncias de confiscaciones. Artigas, compenetrado con la caótica situación que comenzaba a plantearse, ordenó al Cabildo exigir por Bando y como primera medida que todos los hacendados pueblen y reordenen sus estancias en el término perentorio de dos meses, reedificando, sujetando y marcando ganados, bajo la amenaza de despojo de sus campos para quien no cumpliera esta disposición. La alarma cundió de inmediato entre los no demasiado numerosos hacendados latifun­distas de la Provincia que se concentraban en Montevideo [...] quienes se reunieron en junta para protestar la medida, señalando que lejos podía obligárselas a repoblar sus tierras sin “oponer un dique a la rapacidad de los forajidos que inundan nuestros cam­pos”. El Cabildo cedió a las presiones de los hacendados —algunos de los cuales integraban ese cuerpo— y el Bando se publicó sin fijar plazos perentorios y eliminando de hecho las penas por omisión, con lo que se desvirtuaba la eficacia y el alcance de la medida.
No obstante, Artigas elaboró de inmediato el “Reglamento Provisorio para el fomento de la campaña y seguridad de sus ha­cendados”, documento que con fecha 10 de setiembre de 1815 remitía desde Purificación a las autoridades de todas las ciuda­des y villas de la Banda Oriental para su inmediata aplicación En un total de 20 artículos se formulaba un programa conciso pero explosivamente revolucionario, ya que sancionaba no sólo el re­parto de una parte de las tierras fiscales, sino también las confis­cación de las de los emigrados (“malos europeos y peores ameri­canos”), que debían distribuirse entre “los negros libres, los zam­bos de esta clase, los indios, los criollos pobres” y las viudas pre­viniendo especialmente —subraya— “que los más infelices sean los más privilegiados”.
[...]
[...] De la eficaz aplicación de estas medidas se esperaba no sólo el restablecimiento económico de la Provincia toda, sino una modificación de las condiciones de aquella sociedad rural, sofrenando y encauzando los hábitos desarraigados del gaucho, que muchas veces se expresaban por medio del saqueo y del pi­llaje. Por otra parte procura ofrecer seguridad al hacendado, se­guridad por la que se venía bregando hacía más de un siglo en los campos de pastoreo del Río de la Plata.
A partir de este momento no será la oligarquía porteña el úni­co sector social afectado en sus intereses —más que en su ideolo­gía política— por lo programas del artiguismo. Ahora la clase pro­pietaria de la Banda Oriental se sentirá aun más hostigada en su derecho de propiedad ante una política distributiva que procla­ma la prioridad para los más desafortunados en la escala econó­mico—social y adjudica a los desclasados tradicionales un sitial en el usufructo de la tierra.
El “anarquista”, “sedicioso” y “bandolero” José Artigas había ya motivado a los grupos “patricios” a atribuirle esas condicio­nes, el Reglamento de 1815 desbordó la medida. El propio Cabil­do de Montevideo resistía el proyecto [...].

El ocaso del caudillo
[...]
En 1811 el Virrey Elío desde Montevideo había buscado en la Corona de Portugal el aliado contra la insurrección criolla. En 1816 será el Directorio de Buenos Aires quien gestionará aquella mis­ma ayuda contra la Banda Oriental. La diplomacia porteña en­contró campo propicio en la Corte de Río de Janeiro para lograr el apoyo militar destinado a sofocar la guerra civil en el litoral, ani­quilando al “caudillo de los anarquistas” y rápidamente se con­cretó la connivencia secreta entre el Directorio y el gobierno por­tugués. Por las desiguales condiciones en que se plantea esta lu­cha, el artiguismo está condenado de antemano. Se abre así una postrera y penosa etapa de desgaste de heroica resistencia frente al invasor extranjero coaligado con los efectivos porteños.
El ejército movilizado fue impresionante para la época: 5.000 veteranos de la guerra contra los franceses llegaron de Portugal destinados a la campaña del Río de la Plata. A ellos se incorpora­ron 5.000 riograndenses. Comandados por Carlos Federico Lecor —Barón de la Laguna—. Se avanza por el camino de la costa atlán­tica, otro contingente presiona por la frontera de las Misiones ha­cia el centro de los recursos artiguistas en territorio correntino y entrerriano. Fue una campaña relámpago en la región misionera; por el sur después de la derrota de Fructuoso Rivera en India Muerta, quedó abierto el camino a Montevideo, la plaza fue ocu­pada el 20 de enero de 1817. El partido patriota oriental se res­quebraja.
En Montevideo, muchos transan con la dominación portugue­sa; comerciantes y hacendados, a los que la política económica de Artigas perjudicaba, acogieron hasta con entusiasmo el “progra­ma pacificador”. El Director Pueyrredón desde Buenos Aires, desplegó todo género de intrigas en el Litoral. El paisanaje cerró filas en torno a Artigas, pero seiscientos hombres se perdieron en los campos de Carumbé, y trescientos del ejército de Rivera en India Muerta. Las filas orientales quedaban diezmadas. Mante­nían en jaque al ejército en el norte con guerra de guerrillas; las naves corsarias de Artigas dificultaban asimismo las comunica­ciones en los ríos y hasta en las rutas atlánticas.
Los delegados de las Provincias del “Protectorado” —con ex­cepción de Córdoba— no concurrieron al Congreso de Tucumán en julio de 1816. Todavía los caudillos de Entre Ríos y Corrientes —Francisco Ramírez y López Jordán—, y el santafecino Estanislao López, junto a las raleadas fuerzas orientales, constituían un blo­que frente a Buenos Aires.
[...]
La guerra continúa. La batalla de Cepeda (10 de febrero de 1820) franquea el camino de los federales hacia Buenos Aires y se con­solida su triunfo en Santiago del Estero, Tucumán y La Rioja. Cae el régimen directorial; el Cabildo de Buenos Aires “reasume el gobierno de aquella Provincia, hasta que después de intrincados cabildeos Manuel de Sarratea es proclamado gobernador. Inme­diatamente los tres gobernadores Sarratea de Buenos Aires, López de Santa Fe y Ramírez de Entre Ríos, suscriben en la Capilla del Pilar un acuerdo que pone fin a la guerra. El sistema federal y la libre navegación de los ríos Uruguay y Paraná fueron los princi­pios básicos del Tratado. De este modo las zonas ganaderas pro­ductoras se impusieron —aunque momentáneamente— a los inte­reses comerciales de Buenos Aires.
La noticia del acuerdo le llegó a Artigas cuando, derrotado en Tacuarembó por los portugueses, se disponía a abandonar la Ban­da Oriental para reorganizar fuerzas en el Entrerríos.
Pero Artigas desaprueba el Tratado del Pilar, ya que si consa­graba el triunfo de los ideales federativos, violaba en cambio sus expreses fundamentos, al omitir la participación de todas las Pro­vincias de la Liga. Por lo demás, el acuerdo sólo hacía referencia a la forma incidental de la invasión portuguesa de la Banda Orien­tal, desconociendo así el principio de “la alianza ofensiva y de­fensiva” que desde 1811 se sustentaba como base incuestionable de la Confederación.
Planteadas así las cosas, la ruptura con Ramírez sería el paso inmediato.
Vencido Artigas en las cuchillas orientales, instala su cuartel general en Ávalos, donde en postrer esfuerzo por reestructurar la desintegrada Liga Federal, convoca un congreso en el centro de la Provincia de Corrientes, único territorio que quedaba bajo su Protectorado. Correntinos, misioneros y orientales reafirmaron en abril de 1820 el compromiso de proseguir la guerra hasta conse­guir la “libertad e independencia” de todas las Provincias junto al “Protector de la Libertad”. Sin embargo el poder militar y polí­tico de Artigas toca a su fin. La derrota total llega en las costas del río Paraná, cuando las fuerzas de Ramírez lo vencen, aniquilando los últimos restos de su caballería en territorio misionero. Asun­ción del Cambay ve batirse por última vez a José Artigas en agos­to de 1820. [...]


Blanca París de ODDONE: “Presencia de Artigas en la Revolución del Río de la Plata (1810 - 1820)” en A. FREGA y A. ISLAS (coord.): Nuevas miradas en torno al Artiguismo, Departamento de Publicaciones de la F.H.C.E., Montevideo, 2001, pp. 65-85.


C. LA ACCIÓN REVOLUCIONARIA

La originalidad de la Revolución Oriental

En el panorama de la revolución hispanoamerica­na el levantamiento oriental de 1811 ha llamado particularmente la atención de los historiadores por un rasgo casi único dentro del panorama americano contemporáneo: fue una revolución de multitudes campesinas, no de minorías ilustradas urbanas como el golpe del 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires.
Es más, mientras en otras latitudes, las ciudades se convertían en el centro desde el cual la insurrección progresaba (caso típico el de Buenos Aires), en la Ban­da Oriental, la ciudad —Montevideo tanto por razones militares como políticas, sociales y económicas, siguió fiel a España— fue el foco de la contrarrevolución.
La influencia de las “anárquicas multitudes de gau­chos malhechores”, al decir de las autoridades por­teñas, no podía menos que darle al movimiento orien­tal un sello originalísimo por lo radical de las solucio­nes avizoradas por el caudillo que la dirigió. República, federalismo, nueva política de tierras, son los tres pi­lares de su ideología y de su acción revolucionaria. El afán por la igualdad llegó a ser casi obsesivo en Artigas y ésta sólo podía estar cimentada en una organización nacional no-monárquica, en las autonomías militares, económicas y políticas de los conglomerados provincia­les y, dentro de la Banda Oriental, en una distribución más justa de la tierra.
Si el factor campesino dio su nota característica a nuestra subversión contra las autoridades, también él provocó una segunda nota que le da rasgos personalísi­mos dentro del panorama de la revolución hispanoamericana.
Cuando las minorías ilustradas de las ciudades decidieron romper el lazo político que las unía a España, muchos de sus integrantes tuvieron una visión muy amplia y generosa del movimiento emprendido (el ejem­plo de Mariano Moreno es, a estos efectos, típico). Pero a medida que la Revolución comenzó a avanzar, y por su misma dinámica, a escapar del control de sus pri­meros creadores, a medida que las multitudes urbanas y luego campesinas empezaron a interesarse y a vivir el proceso revolucionario, los patriciados temieron el re­sultado final, de un cambio que habían iniciado y es­capaba rápidamente a su control.
De ahí la rápida conversión de muchos de sus lí­deres a las ideas monárquicas o a las repúblicas con presidente y senado vitalicio (San Martín, Bolívar, pa­ra no señalar sino los más grandes).
La razón de este cambio, de este proceso de cre­ciente conservadorismo ideológico, es muy clara. Las mi­norías urbanas que habían levantado el grito de inde­pendencia eran, desde el ángulo social, las aristocracias criollas que impedían al indio y al mestizo el ascenso a posiciones económicas y sociales superiores. La parado­ja de su situación residía en que el proceso histórico las llevaba a ser el gran factor actuante de una revo­lución (la de la independencia) limitada por sus privi­legios, lo que les impedía llevar a cabo una transforma­ción radical de la realidad hispanoamericana. El lema pudo haberse explicitado así: Revolución, si, pero has­ta cierto punto.
En la Banda Oriental las cosas sucedieron exacta­mente del modo contrario. El movimiento que comen­zó en febrero de 1811 agrupó a toda la población de la campaña, sin distinción de razas ni posiciones sociales. Con escaso contenido ideológico, inorgánico por defini­ción, los primeros años de la lucha (1811-1813) fueron un idilio entre grupos sociales antagónicos. Pero a me­dida que la lucha contra el español se complicaba con la lucha contra el porteño, a medida que el caudillo que la dirigía se dejaba más y más influir por el espec­táculo de sacrificio personal y pobreza de las multitu­des gauchas e indias que lo seguían (en un proceso en donde también la influencia opuesta ocurrió), el frente único que mantenía solidarios a los grupos se rompía, y la revolución se radicalizaba en la práctica y en la teoría.
¿No es acaso sintomático que muchos de los que intervienen en el Congreso de abril de 1813, sean luego los que abran sus puertas al invasor porteño en 1814 y al portugués en 1817? Los grandes hacendados, en ge­neral, no estaban dispuestos a hipotecar el porvenir de sus establecimientos en una lucha que parecía no tener fin. El cansancio de la guerra se hacía sentir con mucha más fuerza entre los poseedores de algo que entre los que nada tenían. El Congreso de Capilla Maciel (diciembre de 1813) en el que los porteños consiguen crear la primera brecha importante en el núcleo oriental, que hasta ese instante se les oponía como sólido bloque, es, a este respecto, un hito fundamental.
Cuenta Cáceres que en su retirada al Paraguay por el país de Misiones, en 1820, Artigas “a pesar de verse solo y perseguido incesantemente después que es­capó de Abalos, se dirigió hacia San Roquito, sobre la costa del Miriñay, y en su tránsito salían los indios a pedirle la bendición y salían trás él como en procesión con sus familias, abandonando sus casas, sus vaquitas, sus ovejas”.
Sigue relatando Cáceres, que Artigas se quejaba amargamente del retraimiento de la clase superior del país en defender la Revolución: “Muchas veces le oí lamentarse de que pocos hijos de familias distinguidas del País, quisiesen militar bajo sus órdenes; tal vez por no pasar trabajos, y sufrir algunas privaciones que esto le obligaba a valerse de los Gauchos, en quienes encontraba más resignación, más constancia y conse­cuencia.”
Es en el momento culminante de la lucha por la defensa de la Revolución, que las clases altas del país desertaron de la causa, si es que alguna vez la defen­dieron con sinceridad. La actuación del patriciado mon­tevideano (grandes comerciantes, grandes latifundistas) es desde este punto de vista, digna de tenerse en cuenta. [...]
Este mismo grupo social se referirá al período arti­guista, en el Congreso Cisplatino, como el “Teatro de la Anarquía”.
¿Por qué la clase alta de la Banda Oriental no vio con simpatía la Revolución artiguista? Analizaremos es­te punto con detenimiento al estudiar [...] “La aplicación del Reglamento Provisorio de 1815”.

José Pedro BARRÁN, y Benjamín NAHUM,: “Bases económicas de la revolución artiguista”, E. B. O., Montevideo, 1968, pp. 100-102.



D. ARTIGAS: AÑO XIII Y ¿DESPUÉS?


- ¿En qué contexto se redactan las Instrucciones del Año XIII?

- Estamos hablando de las instrucciones que le fueron entregadas a los diputados que iban a representar a los pueblos de la Provincia Oriental en la Asamblea General Constituyente reunida en Buenos Aires. ¿Qué quiere decir esto? Que las instrucciones serían, como la propia palabra indica, lo que el diputado debería manejar en las discusiones.
Cuando se presentaran proyectos de constitución —porque la Asamblea tenía por finalidad elaborar una Constitución para las provincias del ex Virreinato del Río de la Plata— las instrucciones serían las pautas con las que se tenía que mover el diputado. Este es el primer elemento.
Segundo elemento: la Asamblea debía contemplar la participación de todos los pueblos y provincias del antiguo Virreinato del Río de la Plata porque, al producirse la ruptura revolucionaria, la soberanía había vuelto al pueblo, y el principio legitimador de la nueva autoridad es justamente la soberanía popular. Antes, la legitimidad de la Corona se fundamentaba en la sucesión hereditaria. Cuando estamos hablando de la ruptura revolucionaria y de generar nuevas formas de gobierno, debe haber algo que las legitime. Aquí el principio legitimador es que la soberanía, al faltar la Corona, retorna al pueblo. Por lo tanto, la Asamblea, que reúne a los representantes de los pueblos, es la que puede fijar la nueva forma de gobierno. Pero mientras que en la Asamblea reunida en Buenos Aires se había votado que los diputados representaban a la "Nación" y, por tanto, tenían "mandato libre", en la Provincia Oriental se reafirmaba que eran representantes de "los pueblos", cuya voz expresaba en las Instrucciones, en el "mandato imperativo" de los diputados. [...]

- ¿Se puede decir que el espíritu de las Instrucciones no es propio de Artigas? ¿Qué grado de ideas propias hay allí y qué grado de ideas tomadas de la Constitución de los Estados Unidos?

- Sobre este tema trabajó muy bien Eugenio Petit Muñoz. Él trató de ver como las formulas norteamericanas se aplicaban o se interpretaban en el Río de la Plata. Petit Muñoz decía que en Estados Unidos, de lo que se trataba era de unir a un conjunto de colonias que tenían distintas formas de gobierno con diferencias muy grandes, que además dependían directamente de la Corona y no estaban supeditadas a ningún organismo central colonial. Entonces, las ideas federales en realidad a lo que tendían era a unir.
En el caso del Río de la Plata, por el contrario, existía una estructura virreinal con una capital, jurisdicciones menores que eran las intendencias y ciudades que estaban subordinadas a estas.
- ¿Eso quiere decir qué el federalismo era un transplante que no se aplicaba a la realidad del Río de la Plata?
- No. Lo que quería decir Petit Muñoz es que esa formula de coexistencia de un gobierno de la Unión con gobiernos provinciales o estaduales en Estados Unidos se había desarrollado para unir territorios separados y que, en el caso del Río de la Plata, se utilizaba para darles garantías de autonomía a territorios que estaban bajo un mismo centro. En ese sentido la utilización de ideas federales es original. No es un transplante. La formula puede ser la misma, pero el sentido que está teniendo es otro.
Cuando en 1818 llegaron al Río de la Plata delegados norteamericanos —pues fue enviada una misión desde Estados Unidos cuando las Provincias Unidas pidieron que se reconociera la independencia de estos territorios— estos conversaron con Monterroso, el secretario de Artigas, acerca de la Constitución de Massachussets y de los Estados Unidos. Pero los norteamericanos se extrañaban porque éstas no tenían el mismo significado que en su país.
Hay que pensar cómo esas ideas eran recibidas aquí. Eran un mecanismo para lograr separarse del predominio de Buenos Aires, la ciudad metrópoli. Las ideas son interpretadas de manera diferente en cada contexto.
Las lecturas de Thomas Paine o los textos constitucionales norteamericanos se hacen con la finalidad de buscar fórmulas políticas que traduzcan la lucha por la soberanía particular de los pueblos, idea enraizada también en la tradición española. Hay como una lectura selectiva.
- En las Instrucciones se hace mención a la libertad de comercio con los puertos provinciales y, por otra parte, existe una política proteccionista para con las industrias locales. A la luz de esto, ¿cómo definiría la doctrina económica del artiguismo?
- La Asamblea del Año XIII reunida en Buenos Aires recogió de la legislación aduanera española cierto proteccionismo. Un reglamento de aranceles que trataba de proteger calzados y ropa hechas, caldos y aceites, o sea, productos que de elaboración regional fue aprobado por la Asamblea del Año XIII con grandes resistencias: una fuerte corriente liberal  tendía a bajar los impuestos de los bienes importados pero, paralelamente, los requerimientos de la guerra exigían fondos. ¿Y de dónde sacar fondos si no era de los impuestos aduaneros?
Las Instrucciones, mientras tanto, se refieren a otros aspectos: a la apertura de puertos —estando Montevideo ocupada era lógico que fueran los de Maldonado y Colonia— y al libre tráfico entre las provincias. El artículo 14 está fundamentalmente dirigido a Buenos Aires, que establecía determinados impuestos a productos de la región. Por ejemplo, la yerba de Paraguay tenía que pagar un impuesto en Buenos Aires. Los productos tenían que pasar antes por esa ciudad y no podían salir directamente, cuando la navegación fluvial lo permitía, desde Santa Fe o Corrientes.
Entonces, el artículo a lo que se está refiriendo es a que no haya primacía de un puerto sobre otro. Esto tiene su lógica, porque si las Instrucciones proponen que cada provincia tenga su gobierno y que tenga su ejército, cada provincia necesita fondos para poder pagar su gobierno y pagar su ejército, fondos que se obtienen del comercio aduanero, fundamentalmente.
Cuando el artiguismo fue gobierno en la Provincia Oriental en 1815, en abril se dictó un reglamento que recogía este artículo 14 de las Instrucciones, estableciendo el libre tráfico interprovincial.
Lo del proteccionismo aparece en el reglamento de aranceles, que se aplica a partir de setiembre de 1815, y establece recargos a la importación de productos "competitivos" con los de elaboración local, por ejemplo, para caldos (incluye vinos) y aceites un 30% sobre el aforo, y para calzados y ropas hechas, un 40%.
En definitiva, creo que la política proteccionista artiguista hay que mirarla en el marco de una guerra que necesita recursos y a los impuestos aduaneros como la forma más fácil de recaudarlos. Miras proteccionistas e intereses fiscales coincidían en el Reglamento de Aranceles.

- ¿Por qué la historiografía hace tanto énfasis en las Instrucciones del Año XIII?

- Es que se trata de un texto muy completo y que da pistas sobre cómo visualizaban los artiguistas la constitución de ese nuevo Estado. Postula la independencia de España y la familia de los Borbones y establece una república que respete la soberanía particular de cada pueblo. Pero creo que otro documento muy importante es el acta del Congreso del 5 de abril de 1813, porque allí se constituye a este territorio como provincia, se establece un pacto confederativo con el resto de los pueblos del antiguo Virreinato y se designa a los diputados.
Las Instrucciones es un documento destinado a los diputados, y que incluso no fue el mismo para todos (por ejemplo, conocemos las instrucciones a los diputados de Santo Domingo Soriano y Maldonado). Lo que llegó a la Asamblea Constituyente no fue las Instrucciones, sino el acta del 5 de abril.
Lo que dio apoyo al artiguismo en la región fue su oposición a la hegemonía porteña. El planteo de ideas federales expresaba algo más que un enfrentamiento doctrinario. Se mezclaba en una compleja y cambiante trama de alianzas, actitudes y expectativas, donde las posiciones federales o centralistas esgrimidas por los diversos grupos variaban según el "frente de lucha": contra los españoles y portugueses, contra el gobierno de Buenos Aires, y/o por el poder a nivel provincial.
El artiguismo recogió los reclamos autonomistas en contraposición al proyecto centralista de Buenos Aires; pero al interior de cada provincia, buscó defender la posición de "los más infelices" frente a los grupos dominantes locales.
- Quizá las Instrucciones es un texto que, como usted decía anteriormente, da posibilidad a varias interpretaciones, a una lectura selectiva.
- Sí, pero no podemos mirar ese texto ajeno a la trama de negociaciones y posiciones diferentes que se estaba desarrollando con la revolución. No se puede estudiar este texto desgajado de su contexto histórico.
Luego del Congreso de Abril los diputados no fueron admitidos en la Asamblea y Artigas comisionó a Dámaso Antonio Larrañaga para que gestionara ante Buenos Aires una salida, y la salida era la convocatoria a un nuevo congreso, que finalmente se hizo en la Capilla Maciel en diciembre de 1813.
Cuando uno empieza a leer la correspondencia que se entrecruza entre Bruno Méndez, vicepresidente del Gobierno Económico de Canelones —el creado en el Congreso de Abril— con Larrañaga sobre la posibilidad de un nuevo congreso, uno ve que el conflicto iba más allá y que las posiciones no eran homogéneas.
En una de estas cartas se ve que la defensa de la soberanía particular de los pueblos a ultranza era vista por algunos orientales como oposición a la unidad y como la posición de una minoría. Y se presenta a Artigas como alguien "bueno" pero que se está dejando llevar por ese grupo de radicales que quiere defender la soberanía particular de los pueblos.
Méndez y Larrañaga expresaban así a los grupos dominantes locales, que si bien apoyaban la autonomía provincial, esto es, un sistema que les brindara la posibilidad de afirmar su hegemonía en una provincia actuaban como "centralistas" a la hora de intentar imponer su sentido del "orden" frente a la "anarquía" y convulsión social que     —entendían— desataba la revolución.
Defender los derechos de los pueblos podía significar también enfrentarse a los grupos privilegiados, a esas familias que, antes y después de la revolución, concentraron la riqueza local, la administración y los cargos políticos.
Si se tiene en cuenta esto, puede lograrse una comprensión de la conflictiva realidad de ese momento. El tomar el texto aislado, despojándolo de su expresión social, puede dar pie a cualquier lectura interesada [...].
Basta recordar, por ejemplo, el uso de Artigas y "la orientalidad" efectuado por la dictadura militar. Pero si se hace esto, es decir, si se despoja a los textos de su contexto social, puede ocurrir —y cito en esto un artículo de José Pedro Barrán titulado "Artigas: del culto a la traición"— que se esté traicionando el proyecto que el artiguismo expresaba.
Fragmento de la entrevista realizada por Raúl Pierri a la historiadora Ana FREGA, aparecida en
Separata del Diario La República el día 13 de Abril de 2000, pp. 2-3.



E. EN QUÉ CONSISTÍA LA FEDERACIÓN PLANEADA POR ARTIGAS


En la forma más rotunda, la cláusula 8ª. de las Instrucciones dadas a don Tomás García de Zúñiga en Enero de 1813 para la misión que los orientales le confiaron ante Buenos Aires con el fin de zanjar diferencias, establece lo siguiente: “La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada como el objeto único de nuestra revolución”. [...]
Lo nuevo serán las consecuencias que habrán de salir del uso que se hace en esta cláusula preciosa, por primera vez, de la palabra “pueblos”, así expresada ahora en plural, sobre la cual podemos ver que se fundamentaba, y con enormes proyecciones, la concepción artiguista. La expresión “los pueblos”, en efecto no equivalía la indiferenciada de “el pueblo”, como sin mayor examen lo han admitido hasta ahora los historiadores, sino que, comprendiéndola totalmente, la desdoblaba y la multiplicaba, todavía, para que fuesen contempladas por primera vez en el Río de la Plata las autonomías locales. La expresión “los pueblos” significaba aquí en efecto lo que quería que significara el sentido que lo daba las leyes entonces vigentes, o sea lugares poblados, es decir, ciudades, villas y lugares, o ciudades, villas y pueblos, como se decía en el Río de la Plata.
Artigas toma a “los pueblos” por centros de reasunción de la soberanía devuelta por la caída del Virrey, pero no se queda ahí, en esa multitud de soberanías dispersas que pulverizarían la autoridad, sino que arranca de ellas para construir su edificio institucional [...].
[...]
Recapitulado, el proceso político concebido por Artigas presuponía que el Río de la Plata recorriera las siguientes etapas, que hoy el análisis histórico puede discriminar, y agregarle algún nombre para distinguirlas, utilizando para las demás los mismos nombres puestos por el propio Artigas a los actos que respectivamente las traducían:
1ª. etapa de la Revolución: soberanía particular de los pueblos.
2ª. etapa de la integración (palabra que proponemos para caracterizarla): los pueblos, mediante un primer pacto, constituyen provincias, que absorben la soberanías particulares.
3ª. etapa del pacto: las Provincias, celebrando entre sí pactos o ligas, crearían una confederación, que dejarla a cada provincia como soberana, delegando en el “Soberano Congreso General de la Nación”, solamente la gestión de las relaciones exteriores, guerra y comercio, como lo hicieron al confederarse los Estados norteamericanos.
4ª. etapa de la constitución: esta etapa sobrevendría “terminada la guerra”, como se expresa en el proyecto de tratado entre Artigas y los delegados del Director Supremo Posadas, Amaro y Candioti, [...] y la constitución organizaría un Estado Federal, es decir, que refundiría en una sola soberanía las hasta entonces diferentes soberanías provinciales.”

Eugenio PETIT MUÑOZ, “Valoración de Artigas”, en E. NARANCIO (dir.), Artigas. Estudios publicados en ”El País” como homenaje

al Jefe de los Orientales en el Centenario de su muerte, 1850-1950, Montevideo, Lagomarsino SA., 1960, pp. 265-266.


F. 10 DE SETIEMBRE DE 1815: REGLAMENTO DE TIERRAS


Para comprender el “Reglamento Provi­sorio para fomento de la campaña y se­guridad de sus hacendados” entremos en su contexto. En 1815 la revolución ar­tiguista alcanzó su máxima extensión traspasan­do la línea del Paraná hasta Córdoba y, al interior de la Provincia Oriental (PO) unificaba el territorio bajo un solo gobierno. Este orde­namiento se logró con dificultades. Mientras el ar­tiguismo defendía la “soberanía particular de los pueblos”, enfatizando los derechos a la libertad y la igualdad; algunos sectores de las elites, pre­tendieron circunscribir la revolución a un cambio político que no modificara los moldes de la so­ciedad colonial.
En setiembre del 15 la PO estaba bajo la con­ducción del Cabildo Gobernador de Montevideo y de José Artigas como Capitán General desde Pu­rificación. A esta transacción se había arribado, tras la fractura de mayo, a partir de la misión in­tegrada entre otros por Larrañaga, Pisani y Reyna que se entrevistó con Artigas en junio de 1815 en Paysandú, y concretó ese acuerdo. La aceptación de esta solución por parte de la elite montevideana se fundaba en su imposibilidad de controlar la población movilizada de la campaña. La comuni­cación del Cabildo a Artigas es clarísima: estábamos ante “la rigurosa alternativa de sometemos a una deplorable anarquía o exigir de Vuestra Excelen­cia esta protección”. Artigas era visto en ese mo­mento como el único “brazo fuerte” que podía con­trolar la “indisciplina” de la tropa y contener el ”desorden social”. El temor al “desorden” guió la política de alianzas de las elites y el apoyo que se le prestaba a Artigas era limitado y provisorio, co­mo se vio al año siguiente. La radicalización de la revolución generó un cambio de alianzas donde las elites de la PO aunaron posiciones con Portugal y el Directorio en defensa del orden social que percibían en peligro.

Entre “los más infelices” y “los hacendados” se intenta un equilibrio

 Fue un equilibrio muy frágil. Se logró en el tex­to del Reglamento en tanto se acordó la inter­vención de todos los grupos en la redistribución de las tierras. Un aspecto bien estudiado por Sala, Rodríguez y de la Torre en La Revolución Agraria artiguista (1969) fue la “tramitación”, que mues­tra con claridad la confrontación social que lo acompañó. Desde que en febrero de 1815 los ar­tiguistas controlaron la PO, comenzó la apropiación directa de los campos de los enemigos. A su vez, Artigas emitió bandos ordenando a los emigrados poblar sus estancias en determinado plazo bajo pena de confiscación. Generando resistencias y temores entre los hacendados, quienes en agosto se reunieron en Junta en Montevideo. De acuerdo al acta, el problema básico para ellos era la seguridad, el temor a las bandas de desertores. Resolvieron enviar dos delegados a Purificación a negociar con Artigas. Los ha­cendados procuraban ordenar la ocupación de tierras que se estaba dando “de hecho”, y es­tablecer una policía de la campaña. De esta re­unión surgieron los 29 artículos del Reglamento.
Aquel equilibrio del texto no se tradujo en los hechos. Las tierras siguieron siendo ocupadas aún sin la intervención del Alcalde o los Subte­nientes aunque el Cabildo demorara la emisión de bandos convocando a los vecinos a presentarse a solicitarla. En Soriano y Colonia, los campos de los emigrados venían siendo ocupados. Sala, Ro­dríguez y de la Torre, muestran muy bien esta “presión popular”. En las investigaciones que es­tamos realizando con Ariadna Islas encontramos que en la campaña los “intrusos” —es decir los ocu­pantes sin título ni permiso de los propietarios— er­an muchos antes y durante la revolución. La apli­cación del Reglamento reflejó el grado del conflicto social, y la mayor o menor cantidad de confiscaciones y repartos dependió de la fuerza de los interesados en cada localidad.

Uno de los avances lo encabezó Encarnación Benítez: el derecho de los que defendieron la Patria
El caso del caudillo Encarnación Benítez es muy interesante. Algunas fuentes lo describieron co­mo un “pardo grueso y fiero”. Su muerte se pro­dujo en mayo de 1818, defendiendo Colonia del ataque portugués y su cadáver fue exhibido du­rante varios días. Benítez actuó en la región del río San Salvador (actual departamento de Sori­ano), que ya en el período colonial había mostra­do una gran conflictividad social. Propietarios ausentistas, habían seguido juicios de desalojo a los ocupantes; esa gente resistió los desalojos reocupando los terrenos una y otra vez. En los ex­pedientes que he consultado, los reclamos de quienes ocupaban realmente las tierras esgrimían la injusticia de proteger el “derecho de uno” al “derecho de muchos”. Agregaban que el haber servido al Rey luchando contra los portugueses de Colonia o contra los indios infieles, reforzaba sus derechos. La crisis del Estado español fa­voreció el estallido de esos “viejos” conflictos sociales y brindó nuevos argumentos.
Encarnación Benítez representó a los ocu­pantes del campo de Francisco de Albín y, ante una decisión de desalojo tomada por el Cabildo, se dirigió directamente a Artigas defendiendo el mejor derecho de quienes estaban peleando por los principios de la revolución, frente al de “estos en­emigos declarados del sistema”. El “clamor gen­eral” era contrario a que se quedaran con las tier­ras aquellos que habían combatido la revolución o habían emigrado, en vez de recompensar a quienes habían “defendído la Patria y Las Hacíen­das delá Campaña”, exponiendo sus “vídas por la estavílídad, y permanencía delas cosas”.
La revolución era pensada como un tiempo “primigenio”, “generador”, que alumbraría el “nue­vo contrato”. Habían realizado grandes sacrificios y esperaban una recompensa reparadora. Conocían las luchas de poder y buscaban forzar una definición de Artigas en favor de su causa. Apelaban a él como protector, pero amenazaban con una revolución “peor que la primera”.
Si hasta ese momento se había contenido la protesta, era en la esperanza de que terminada la guerra (no se conocía aún la trama de la invasión portuguesa) se continuara con la redistribución de los bienes de los enemigos. Reflejaba esta posición la idea de una justicia primigenia, quizás utópica, más igualitaria, y que ha tenido diversas manifestaciones a lo largo de la historia. Lo que resulta interesaste también es la apropiación y resignificación de los argumentos esgrimidos desde el poder. En los expedientes de desalojo que refería antes, los ocupantes defendían sus derechos apropiándose de argumentos utilizados por la Corona española para legitimar su derecho a los territorios americanos: habían llegado primero. Los pobladores afirmaban el suyo por estar poblando antes que los propietarios realizaran su denuncia.
El manejo del derecho a escala popular, llama la atención. Claro que tal vez, en realidad, los argumentos los aportara el escribiente o abogado que llevaba adelante la demanda. Pero creo que ten­emos que rastrear diversos orígenes y sentidos de la idea de justicia que, en sociedades católicas co­mo esta, podrían remontarse a la Biblia, o mejor dicho a una lectura igualitarista del cristianismo (el mito de la igualdad primitiva) y que se ha traducido en diversas corrientes —consideradas herejías muchas veces por la Iglesia— como ha estudiado la historiografía europea acerca del bandolerismo social, las rebeliones y movimientos radicales en contextos revolucionarios.
El papel de estos grupos no debería medirse tanto por el grado en que lograron imponer sus objetivos (planteados muchas veces como retorno a una igualdad primigenia, el reconocimiento de derechos consuetudinarios, o la aspiración a un mundo “más justo”), sino en cuanto contribuyeron a impulsar, en las fuerzas dirigentes de la revolu­ción, la liquidación del “antiguo régimen”.

 

Difusión en el Río de la Plata: ¿existieron otros reglamentos de tierras?


Lo que parece claro es la inexistencia de textos equivalentes. Ello no impedía que las ideas se difund­ieran a otras provincias. La historiadora Sonia Tedeschi, examinando la correspondencia de la elite de Santa Fe, ha encontrado referencias al temor de que se quisiera proponer algo parecido. En la publi­cación de Hernán F. Gómez en Artigas y los hom­bres de Corrientes, aparecen referencias a recursos presentados ante Artigas por quienes estaban siendo amenazados de desalojo y que la respuesta del Jefe de los Orientales (dirigida al Gobernador de Corrientes) era en el sentido de que no podía desalojarse a las familias que estaban peleando por la revolución.
Ahora bien, ¿era el texto del Reglamento que se difundía y generaba expectativas o lo que estaba difundido era el conflicto social en torno a la apropiación de tierras y ganados?
En Buenos Aires, en el 15, se emitió un Bando exigiendo papeleta de conchabo y la remisión de los vagos para el servicio militar. Existieron varias propuestas de poblamiento de la frontera con los indígenas, incluso allí se envió a los prisioneros españoles —los tomados en la batalla de Las Piedras— pero se trataba de tierras a conquistar. El gobierno porteño tendía a “limpiar” los campos de ocupantes precarios y ganar nuevas tierras. El Reglamento artiguista exigía la papeleta, es cier­to, pero también permitía acceder a una estancia y en las mejores tierras de la Provincia.
En la Provincia de Salta, con Martín Güemes como Gobernador, se dio una situación intere­sante. La historiadora Sara Mata de López en un trabajo poco difundido aquí con el sugestivo títu­lo de “Tierra en armas. Salta en revolución”, estu­dia cómo los milicianos, amparados en su fuero militar, dirigieron sus reclamos por tierras a sus jefes, evadiendo de esta manera las autoridades civiles, más proclives a defender a los propietarios. No hubo un texto equivalente al Reglamento de Tier­ras artiguista, pero sí un “tire y afloje” en donde el propio Güemes debió defender el “fuero gaucho” y admitir que no se pagaran los arriendos exigidos por los propietarios. Hacia 1820 lograron que Güemes diera marcha atrás. Pero esa orden fue resistida por varios oficiales del ejército, emitien­do contraórdenes que implicaban una insubordi­nación latente. O sea, la confrontación entre los que ocupaban realmente las tierras y aquellos que de­tentaban títulos de propiedad y tenían acceso a los círculos de poder, se dio en distintas partes del an­tiguo virreinato.
Lo que el Reglamento de 1815 hizo y creo que es único en ese sentido, fue dar un texto escrito que como tal, reconociera y generara derechos. Lo otro fueron órdenes verbales, intercambio de favores, medidas de circunstancia.


Tradición y justicia revolucionaria: entre el fomento de la campaña y la seguridad, una opción.

El Reglamento retorna la tradición de los planes para el “arreglo de la campaña” a la vez que intro­duce modificaciones sustantivas, expresiones de la justicia revolucionaria. Perseguía la finalidad de “fijar” a la población rural en las estancias, desar­rollar la cría de ganado de rodeo y restaurar la se­guridad en la campaña. Esos aspectos estaban ya pre­sentes en los planes españoles como el elaborado por Felix de Azara. Pero a diferencia de estos, que repartían tierras sobre las cuales la Corona no había consolidado todavía su dominio, el Reglamento de 1815 ponía en distribución las mejores tierras, las de “malos europeos y peores americanos” que, co­mo confirma la documentación, eran las tierras más ricas, las más próximas a los mercados y las mejor protegidas. Pero aún en las confiscaciones podían llegar a coincidir los distintos bandos, pues todos trataban de hacer recaer el costo de la guerra en el oponente. Pero establecer, como decía el Art. 6º un orden de repartos en que “los más infelices fuer­an los más privilegiados”, marcó el énfasis iguali­tarista del proyecto.
Distribuir tierras a pobres e indios estaba previsto en los planes españoles y en los del gobierno revolucionario de Buenos Aires. Las tierras a repartir se ubicaban en la frontera, buscando colonos-soldados que a riesgo de sus vidas, ga­naran esas tierras para la Corona o el gobierno la provincial. Confiscar los bienes de los enemigos era una práctica de todos los bandos. Pero el Reglamento le imprimió un sesgo distintivo a las confiscaciones y a los repartos que generaron reacciones adversas entre las elites de un lado y otro del Río de la Plata. Fueron los puntos más cuestionados desde la óptica de “la gente propietaria y de alguna consideración”, según la expresión de William Bowles.
Poblar la frontera, poblar tierras que no se controlaban: “¡que vayan los pobres, los indios, los negros!”. Confiscarla a los españoles, “¡por y supuesto, hasta que no les quede nada!”. Pero juntar las dos cosas, que a los pobres se les otorgara lo que se había quitado a “malos europeos y peores americanos” expresaba el carácter radical de la revolución y generó una nueva realineación de fuerzas.
Recordemos que los bienes urbanos de los españoles ya habían sido confiscados por el “Tribunal de propiedades extrañas” que funcionó en Montevideo en el primer semestre de 1815 y que sus integrantes debieron marchar más tarde, engrillados, a Purificación pues debían rendir cuentas acerca del destino de los bienes confiscados: si habían pasado a engrosar los fondos de la Provincia o los de los miembros del Tribunal.
Además, la existencia misma del Reglamento planteaba la cuestión en términos de “derechos” y no de “favores”.

Entre la elite y los de abajo

El levantamiento de 1811 contó con el apoyo de amplios sectores: hacendados, saladeristas, comerciantes no vinculados al monopolio, letrados y miembros del clero. Apoyos que fueron variando y que en la última etapa se fueron concentrando en “los más infelices”. El “programa” de la revolución artiguista fue construido en el proceso de la lucha y no sólo ni principalmente por creación o im­posición del “Caudillo”, dando cuenta de las difi­cultades de conciliar las “soberanías particulares” —esto es, la autonomía del espacio local y los in­tereses de los distintos grupos sociales—, con la edificación de un poder central hegemónico.
Para “los más infelices” —ocupantes de tier­ra sin título, agregados, peones, “hombres suel­tos”, ya fueran criollos, mestizos, indios o liber­tos y los esclavos—, los conceptos de “derechos del hombre” y “soberanía popular” dieron un nuevo sentido a una idea primigenia de igualdad y ex­presaron su larga experiencia de exclusiones y re­sistencias.
Un naturalista francés que recorrió la PO en­tre fines de 1820 y comienzos de 1821 anotó en su Diario de Viaje los comentarios que le formularan algunos hacendados. En los “tiempos de Artigas”, le decían, se presentaban en sus estancias negros, mulatos o indios nombrados a sí mismos oficiales, reclamando caballos, ganados y otros auxilios. Para evitar males mayores no sólo no podían ne­garse, sino que al realizar las contribuciones de­bían “aparentar satisfacción”.

La alianza con “los más infelices” no pudo vencer: ¿era inevitable?

Las diferencias en los objetivos de la revolución, la diversificación de frentes y la propia prolongación de la lucha fueron variando la alineación de fuerzas en torno al artiguismo. El énfasis puesto en la igual­dad, traducido en lo político en la edificación del “Sistema de los Pueblos Libres” que reconocía las autonomías provinciales; en lo económico, en la ha­bilitación de todos los puertos, el libre tráfico in­terprovincial y el proteccionismo; y en lo social, en el postulado de beneficiar a los más infelices, mar­có el distanciamiento de la “gente propietaria y de alguna consideración” en ambas orillas del Río de la Plata.
En la medida que no contaba con unanimi­dades al interior, el artiguismo necesitaba una alianza que fuera más allá de la PO. El peso de Buenos Aires era muy fuerte y el temor al “desorden social” también. En tanto José Artigas actuaba como “puente” o “mediador” entre grupos sociales heterogéneos y regiones dispares, su poder y papel co­mo “Protector de los Pueblos Libres” resultaron transitorios. Ello no es lo mismo que decir que Artigas no tuvo “cintura política” o que el proyec­to fuera inviable. Ante el desequilibrio de fuerzas que ocasionó la alianza de Portugal con el Direc­torio y que contó con el respaldo de las elites de la PO, el artiguismo buscó conectarse con Güemes, con Bolívar, procuró las garantías de Gran Bretaña para el abastecimiento de armamento, desarrolló la práctica corsaria en acuerdo con el cónsul de EEUU, buscó profundizar la alianza ofensivo de­fensiva implícita en el “Sistema de los Pueblos Libres” y aguardó los resultados de los levan­tamientos republicanos en Brasil. Ello ayuda a explicar una resistencia de casi cuatro años frente a los portugueses.
La base social del artiguismo se fue recom­poniendo y cuando describimos el ejército Oriental de los últimos años de la resistencia encontramos indios, negros y paisanos.

Entrevista a la historiadora Ana FREGA en Memorias.ur, Publicación de la Comisión de
Jóvenes de la Fundación Vivián Trías, Montevideo, Setiembre-Octubre de 2003, pp. 14-15.



I. DE LA CRISIS DEL ARTIGUISMO A LA INDEPENDENCIA ABSOLUTA.


Esta primera etapa del ciclo revolucionario se canceló en 1820 con la derrota del artiguismo a manos de la alianza entre Buenos Aires y Río de Janeiro y gracias a la crisis del propio liderazgo de Artigas en el litoral argentino. Las tropas del Imperio de Portugal invadieron el territorio de la Provincia Oriental en 1816 y con la aprobación entusiasta de buena parte del patriciado montevideano extendieron su dominación política primero lusitana y luego brasileña hasta 1828. Si bien la Cisplatina sirvió de garantía contra la “anarquía” del artiguismo, no colmó las expectativas de las clases altas que pronto sacaron provecho de la crisis del Imperio portugués en América y orientaron sus líneas a favor de una cambio de la situación.
Luego de algunos frustrados intentos en 1822 y 1823, el segundo tramo de esta peripecia revolucionaria se inició en 1825, cuando los caudillos rurales de mayor predicamento en la campaña (Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe y más tarde Fructuoso Rivera) se lanzaron nuevamente a la reconquista militar de la Provincia Oriental. Lo hacían detrás de un programa de raíz federal que postulaba la anulación de los compromisos políticos con el Brasil, la independencia y la reintegración del territorio al seno de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
A simple vista, la Cruzada iniciada en 1825 contenía algunos elementos que marcaban una fuerte continuidad con el primer tramo de la revolución, el artiguista. Sin embargo, por más enunciados de corte federal o al menos integracionistas que ofreciera, el exiliado caudillo no era invocado ni convocado para la gesta. El programa político de reintegración aparecía ahora mucho más influido por los intereses agrocomerciales de la próspera Buenos Aires (que culminó la Guerra al borde de la ruina financiera) y por la cadena de frustraciones mejor decir decepciones que en las clases altas de la Provincia Oriental había generado la sucesión de guerras, ocupaciones y repartos de riqueza.
Los éxitos militares logrados por los orientales volvieron, no obstante, a situar la Provincia Oriental en el centro de las disputas de la región. Dieron forma a una guerra más amplia y más larga entre el Imperio del Brasil y las “Provincias Unidas” que tras la eficaz mediación británica culminó en una Convención Preliminar de Paz con la creación del Estado Oriental del Uruguay, en agosto de 1828.

G. CAETANO y J. RILLA: “Historia contemporánea del Uruguay. De la Colonia al Mercosur”, Fin de Siglo, Montevideo, 1994, pp. 26-29.

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